Vivimos en una época marcada por muchas adicciones. Unas muy visibles, otras no tanto y otras tan sutiles que no nos damos cuenta ni queremos hacerlo. Una de estas adicciones es la adicción al internet. Habría que definirlo, esta adicción, desde varios criterios. Uno de ellos, por ejemplo, sería aquella adiccióna pasar mucho tiempo jugando juegos en línea, viendo pornografía, o pasando correos (con chistes) a todos los que se tienen en la lista de correos. Sin ir más allá, tengo amigos que no se si están bien, tienen problemas o si sufren de algo, pues solamente me envían correos cargados de videos jocosos, presentaciones con muchas frases filosóficas (baratas, la mayor parte de las veces), pero nunca me dicen nada de ellos.
Esta adicción podría ser una adicción manejable, pues, hasta donde se, no se olvidan de comer, de dormir o de trabajar (si la computadora la tienen en sus oficinas). El problema se vuelve más grave cuando ocurre lo que mencionamos. Pero hay algo más que me sorprende con relación a esta adicción, que incluye al uso de los celulares (o la tecnología de comunicación inalámbrica, como la conocimos las generaciones anteriores). En cierta ocasión, por ejemplo, en el centro de cómputo de la universidad me llamó la atención que se reían en todo el salón. Eran unos cuatro estudiantes que estaban chateando entre ellos. Les resultaba mejor chatear que irse al cafetín a hablar y contarse sus aventuras.
Psiquiatras británicos indican que la adicción al Internet puede mostrarse por la existencia de varios síntomas, entre los que se encuentran el olvidarse de comer y dormir adecuadamente, debido al uso del internet; necesitan más horas en línea; experimentan ansiedad cuando no usan la computadora; además su escala de valores comienza por dar mayor importancia a la computadora que a las relaciones propiamente humanas.
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