Monday, October 13, 2008

Bestia

El centro de San Salvador, el histórico, el que reconocemos como el centro de nuestra ciudad capital, es un caos ordenado. Caos para aquellos que lo visitamos poco; ordenado para los que comercian lo comerciable. Los pretendidos pasos peatonales se convirtieron, desde sus inicios, en un mercado informal de comida, ropa, artículos eléctricos de origen, algunas veces, dudoso. Los puestos de un metro cuadrado abundan y sobre abundan los vendedores ambulantes; todos, pagando un impuesto sobre su negocio.

Buscando ropa barata me aventuré cerca del pasaje Montalvo; un viejito con su carretón de sorbete de cono me detuvo; le pedí uno. Nos encontrábamos junto a un puesto de camisetas; una muchacha joven lo atendía sin mucho ánimo. Sentada, veía pasar a los viandantes; pero no tenía mucho que vender. A lo sumo había unas ocho camisetas colgadas en el techo del puesto. Más no había.

Apenas metía la mano en el barril de sorbete cuando sorpresivamente sentí que alguien pasaba apresuradamente detrás de mí. Sonó una patada muy fuerte. Un muchacho le había pegado en la pierna a la muchacha que se hallaba sentada. Luego, fue hacia el fondo de su local gritando:

- ¡A la gran puta! ¡Seguí al hijueputa de tu marido!

La muchacha no reaccionó instantáneamente. Pasaron unos cinco segundos antes de voltear a vernos, al vendedor de sorbetes y a mi, levantarse y seguir a su amante.

- ¿Qué te pasa? ¿Por qué me pegás?

- ¡Hacete! – respondió el joven – Vi como miraste al hijueputa. ¡Seguilo! ¡Ha de ser tu marido!

El muchacho se levantó y se fue, perdiéndose en medio de los puestos de la zona.

La muchacha se sentó en el fondo del puesto. No sabía si llorar o no llorar. Nadie había sido testigo de lo que pasó, salvo el sorbetero y yo; pero parecía que sentía que todo le mundo había visto cómo había sido tratada.

- Ningún hombre trata así a una mujer – me atreví a murmurar.

- Hace unos años, cuando estaba la Guardia – me siguió el sorbetero – se respeta más que ahora. Hoy, hasta es peligroso meterse a defender a alguien, pues vienen y lo matan a uno.

No seguí hablando con el sorbetero. Ni quise decirle nada a la muchacha … me parecía que la pondría más en peligro de que la bestia la golpeara.

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