Si, es cierto. Esta frase la hemos venido oyendo desde hace muchos años, décadas tal vez. Y es cierto, si comemos mal, nos convertimos en seres enfermos; pensamos mal, nuestro cerebro trabaja más lentamente; nos volvemos asmáticos; somos propensos a cualquier tipo de enfermedades. Somos lo que comemos. Lo malo es que ni siquiera sabemos qué es lo que comemos.
Hace miles de años, justo en el paso del hombre de su vida nómada a su vida sedentaria, nuestra conexión con la naturaleza era directa. Nuestros ancestros seguían el paso de las estrellas, la luna, el sol. Lo relacionaban con el comportamiento de los animales. Y con ellos se establecía un vínculo de respeto, tomando sus vidas y sus cuerpos para el alimentos de los pequeños grupos que se movían por los valles, llanos y montañas.
Ahora no existe este vínculo. Hace unos años oí a una señora del mercado, humilde, con gallinas "indias" en un canasto, se refería despectivamente al nuevo mercado de los pollos de granjas: "Desde que esos pollos culeros se venden en el mercado ya nadie quiere comprar las gallinas indias" La preferencia por el pollo no es por su sabor o por su contenido nutricional, sino por su costo más bajo que la gallina criada en los patios, con maíz y sobras de comida de las familias. No nos damos cuenta, por otra parte, de la cantidad de antibióticos y drogas que consumen pollos y gallinas.
Y si es carne, tampoco sabemos cómo ha sido criado el ganado. No se trata de que éste se encuentre evidentemente enfermo y no nos demos cuenta, sino que tratamos a los animales como simples objetos de satisfacción de nuestra necesidad alimenticia. Nuestro ancestros, en esta parte del mundo, respetaban a todos los seres vivos con los que se alimentaban. En el Norte, el búfalo era muerto y el cazador se unía a su espíritu en agradecimiento por el sacrificio prestado. Nuestros antepasados mayas erigieron la potencia del maíz y la elevaron a una deidad muy importante para sus comunidades. Ahora, todo lo contrario.
Hace unos días, en un bus, un campesino me venía comentando sus penas. Sus parientes se encontraban enfermos. Me decía que, según él, era porque no se alimentaban bien: "Hace años comíamos mejor. El maíz lo sembrábamos y no le poníamos abono. Solamente con los rastrojos que le quitábamos al cultivo lo incorporabamos al suelo y eso servía de abono. Ahora hay que comprar esa semilla mejorada". En realidad no estoy diciendo que la semilla mejorada no es útil o que no da los rendimientos que da la semilla natural u original. Simplemente hago referencia a ello porque hemos puesto nuestras esperanzas en la tecnología y no en nuestra relación con nuestra madre tierra, siempre virgen, siempre madre, siempre generadora de vida.
En una de las ciudades que componen lo que unos llaman el Gran San Salvador, hay rastros que no cumplen ninguna de las condiciones higiénicas para esta labor. Sin embargo, nadie puede imponerle sanciones. Es imposible. Hay algo más que negligencia, pues los tipos tienen espinas ponzoñosas y es fácil herirse en ellas. Pero nuestros conciudadanos siguen comprando esta carne, desconociendo su origen, pero con la seguridad que es carne más barata que la que se vende en algunos supermercados.
Somos lo que comemos. La tragedia es que no sabemos qué es lo que estamos comiendo.
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1 comment:
Hola soy estudiante de nutrición y me gusto mucho tú publicación, yo siempre uso esa frase "somos lo que comemos y en función de los que comemos hoy seremos en el futuro" me gusta por la razón que tien, pero ahora la entiendo mejor por el origen de los alimentos que citas en este texto...
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