Y bastan ejemplos sobre la costumbres que antes se practican y que conllevaban el peligro a enfermarse y contaminar gran parte de las poblaciones. La reina Isabel I de Castilla, por ejemplo, solamente se baño dos veces en su vida, según propia confesión (recordemos que nos envió invasores que tampoco se bañaban y causaron mortandades entre nuestros antepasados). Los Papas Clemente V y Clemente VII murieron por disentería, probablemente ni siquiera se lavaban las manos. El Duque de Norfolk despreciaba el baño, viviendo con numerosos abscesos en su cuerpo.
Incluso se llegaba al extremo de aconsejar no bañarse, como lo que se dice que Enrique IV de Navarra, quien le envió una nota a su amante Gabrielle d’Estréss en la que le decía: “No te bañes, mi amada, te visitaré dentro de tres semanas”. Y era lógico, solamente se baño tres veces en toda su real vida. “La cáscara guarda el palo”, como decía mi abuelo.
Luis XIV, el Rey Sol, hedía como “una bestia salvaje”, según el embajador ruso en su corte. Y es que los rusos se bañaban, en esa época, solamente una vez al mes.
A veces creemos que Europa avanzaba mientras que en nuestras ciudades de nuestra madre tierra se vivía salvajemente. Pero se han encontrados ciudades mayas con sistemas de drenajes que todavía funcionan. También hay ciudades incas en los cuales también existen desagües que podrían funcionar en caso de habitarse nuevamente. El tiempo y la invasión sufrida hicieron que estas obras de ingeniería se preservaran hasta nuestros días.
En la edad media las ciudades europeas eran hediondas, según escritos que han llegado a nuestros días. Pero nadie conectaba esta condición con la peste y otras enfermedades que se apoderaron de grandes ciudades.
No fue hasta hace un poco más de doscientos años atrás en que se hizo la conexión entre la remoción de heces y orina (y otros desechos) y la enfermedad, y que se revolucionó el urbanismo, que no mejoró la salud general de la población.
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