El premio Nobel de Literatura del presente año fue otorgado a
Jean-Marie Gustave Le Clézio, un francés de origen Bretón-Mauricio-Inglés y de otras partes del mundo (un hombre de amplios horizontes).
En realidad nunca he leído algo de este escritor; pero un artículo en
El Mundo, escribió, en el 2003 algo que dice mucho de la conciencia como ser humano.
Transcribo a continuación el artículo, que puede verse directamente en el mundo al hacer click en el título:
DIEGO GARCÍA: LOS DEPORTADOS DEL PARAÍSOEn 1985, los habitantes de esta isla del Indico fueron expulsados sin contemplaciones para instalar la base militar de EEUU
J. M. G. LE CLEZIO
Habría podido ser el paraíso. Perdido en el Océano Indico, a más de 2.000 kilómetros de Isla Mauricio y de las Seichelles, un archipiélago de islas de coral sembrado sobre bancos de arena blanca, que encierran lagunas color turquesa. Cada isla luce su cabellera de cocoteros inclinados por la dulzura de los alisios, lejos de cualquier ciclón. Para los habitantes de estas islas, fue, en efecto, durante generaciones, no el paraíso, pero sí su país, un país suspendido entre el cielo y el mar, donde la vida no era nada idílica.
Los chagosianos, la mayoría de ellos descendientes de esclavos africanos importados a la isla por los franceses en el siglo XVIII, tenían que trabajar duro en la fábrica de copra, recibiendo como salario unas escasas raciones de víveres y de productos de primera necesidad, de tal forma que vivían fuera de cualquier sistema monetario, lo cual les hacía todavía más vulnerables.Pero, por lo demás, podían pescar libremente los peces que abundaban en las lagunas vecinas, cultivar su huerta o criar sus pollos o sus cabras.
Dos veces al mes, el barco que hacía la travesía entre Isla Mauricio y Diego García aportaba noticias del mundo exterior, así como los complementos en víveres y en mercancías que podían comprar, con mucho esfuerzo, en la tienda de la compañía.
La situación habría podido durar eternamente y Chagos podría haberse deslizado dulcemente en el nuevo milenio con la gracia elegante de las sociedades criollas o incluso recoger un poco de ese maná providencial que la industria turística aportó a sus vecinas, las Seichelles y las Mascareñas.
En 1968, en el momento en que Gran Bretaña negociaba la independencia de sus colonias del Océano Indico, se olvidó de los chagosianos.Y no sólo se olvidó de ellos, sino que quedaron borrados, víctimas de uno de esos tremendos atropellos que cometieron a mansalva las potencias coloniales, tanto más que iba acompañado de un considerable beneficio.
En la isla más al sur del archipiélago, Diego García, los ingleses habían establecido una base naval con un extraordinario puerto natural. Estábamos entonces en plena Guerra Fría y el Gobierno de Estados Unidos buscaba, para poder controlar el Oriente Próximo y el sudeste asiático, un sitio que tomase el relevo de la base de Adén, considerada, ya entonces, demasiado expuesta.
En previsión de este tipo de necesidades, Gran Bretaña había separado las islas Chagos de la futura República de Mauricio, creando, en 1963, el Biot (British Indian Ocean Territories).Podía, pues, comenzar la transacción con el Gobierno norteamericano.Una transacción que fue un modelo de la hipocresía y de la cruel indiferencia con la que las grandes potencias modernas tratan a las minorías. La negociación muestra también que no se trata sólo de seguridad militar o de estrategia, sino más bien de dinero.El acuerdo firmado entre Gran Bretaña y EEUU determinaba que el Gobierno norteamericano debía reembolsar a Reino Unido gran parte de los gastos ocasionados por la descolonización.
Costes de la operación
El presupuesto de la operación se estimó en unos 10 millones de libras, de las que una parte importante iba a Mauricio y a las Seichelles, 3 y 6,2 millones de libras, respectivamente.Otra parte iba destinada a la compra de la compañía (Agalego Chagos Co.), que explotaba el copra en Diego García (1,35 millones).Quedaba el coste del desplazamiento de la población, estimado entonces en unas 650.000 libras.
Se suponía que Gran Bretaña pagaba la mitad de esos gastos. En realidad, entre 1968 y 1971, Estados Unidos entregó 14 millones de dólares por el derecho a instalarse en Diego García, es decir, la casi totalidad del presupuesto previsto inicialmente. Además, Reino Unido recibió de EEUU la seguridad de que la deuda contraída por el equipamiento del Ejército británico con misiles Solaris sería enjugada por este acuerdo. La única exigencia del Gobierno norteamericano fue que la nueva base militar americana quedase completamente libre de habitantes, por razones de seguridad.
La lectura de los archivos del Gobierno norteamericano, que cuentan el debate que tuvo lugar en la Cámara de diputados el 4 de noviembre de 1975 sobre la base de Diego García y el desplazamiento de su población, es realmente instructiva. Según el informe de John Culver, senador por Iowa, durante los acuerdos previos, el Gobierno británico describió el archipiélago de Chagos como si estuviera deshabitado, sólo poblado temporalmente por trabajadores inmigrantes procedentes de Mauricio para la recogida y el tratamiento del aceite de copra. Al cerrar la fábrica de Diego García, los obreros volverían a su casas y se solucionaría el problema.
Para vencer las reticencias del Gobierno norteamericano, siempre sensible a las cuestiones relacionadas con los derechos humanos, la oferta de Gran Bretaña iba acompañada de una promesa de proporcionar a los chagosianos una vivienda y un puesto de trabajo en Mauricio e, incluso, una huerta para cultivar.
Estas dos mentiras fueron las que permitieron el desplazamiento de los chagosianos y, según las propias palabras del informe de John Culver, escribir «el triste último capítulo» de su vida en sus islas nativas, mientras los ingleses se lavaban las manos sobre su suerte.
Porque la realidad fue muy diferente. Entre 1968 y 1971, las 300 familias, integradas por más de 1.500 chagosianos, vinculadas a este territorio durante generaciones, fueron expulsadas sin miramiento alguno, no sólo de Diego García, sino también de las islas vecinas, Salomón y Peros Banhos.
Ni siquiera tuvieron que recurrir a la violencia. A muchos de los isleños que estaban de viaje en Mauricio les fue denegado el derecho a volver a Chagos para recoger sus pertenencias y tuvieron que quedarse en el exilio con lo que llevaban en sus maletas.
Tras haber vivido siempre aislados, los chagosianos no tenían defensa ni verdadera representación. La desaparición de la fábrica de copra, su única fuente de aprovisionamiento, les dejaba a merced de las autoridades. Para evitar cualquier crítica, Londres recurrió a los servicios de lo que podríamos llamar una milicia privada, que fue la que procedió a las expulsiones.
Las últimas deportaciones, en 1971, fueron especialmente dramáticas.Ancianos, mujeres y niños fueron reunidos y embarcados a la fuerza en el Nordvaer, dejándolo todo atrás. Según los testimonios, a los que intentaban resistirse se les ofrecía la opción Hobsor, el nombre del oficial estadounidense encargado de vigilar el embarque: «O se van o morirán de hambre».
La instalación en Mauricio no fue menos dramática. Las promesas del Gobierno británico se quedaron en papel mojado y la situación económica de Mauricio, durante los años posteriores a la independencia, hizo especialmente difícil la inserción de estos nuevos inmigrantes.
Una gran parte de las familias chagosianas encontró refugio en los abrigos anticiclones prestados por el Ejército inglés, una especie de medio cilindro de chapa de zinc, que se transformaba en un horno durante el día, en condiciones de promiscuidad y de falta de higiene evidentes. Otros fueron encontrando como pudieron alguna vivienda en los barrios pobres de Port-Louis, Cassis, Pointe aux Sables, Cité La Cure o Rochebois.
Pero no había trabajo. Y las condiciones de vida eran las de los proscritos. Un informe publicado en 1975 por el Instituto para el Desarrollo y el Progreso (Helene Siophe) describía la terrible situación de los exiliados chagosianos en Mauricio.De las 277 familias interrogadas, la mitad reconocía vivir en viviendas miserables, con unos ingresos de entre 10 y 25 rupias al mes (lo equivalente en francos franceses de la época). El único trabajo que se les ofrecía era el de peones en los muelles de Port-Louis. La mayoría de los niños no estaban escolarizados.
Treinta años después del shock del exilio, aunque sus condiciones de vida han mejorado, los chagosianos siguen teniendo un profundo sentimiento de abandono. Un vídeo reciente rodado por un equipo de Mauricio presenta la amargura de esta gente que ha sido víctima de una injusticia tan enorme. En su isla natal, Diego García, la base militar se ha instalado para quedarse.
Múltiples depósitos de fuel han sido construidos en la franja del atolón, poniendo en peligro el equilibrio ecológico. De su pista de vuelo despegan los bombarderos para sus misiones en Camboya, Afganistán e Irak. A pesar de los tratados antinucleares del Océano Indico firmados por Mauricio y por la mayoría de los países ribereños, nadie duda que, tarde o temprano, la base de Chagos acogerá misiles de ojiva nuclear.
El Gobierno estadounidense denegó a los exiliados el derecho de ir a colocar flores en las tumbas de sus familias, so pretexto de los imperativos de la seguridad en la guerra contra el terrorismo.Ya los ingleses habían negado a la población de las islas el derecho a participar en el mantenimiento del cementerio, porque eso significaría reconocerles sus raíces.
¿Qué queda hoy de ese mundo apacible donde los chagosianos vivían al día, preservando el frágil equilibrio de los atolones? En un reciente intento de conciliación, Reino Unido ofreció a los chagosianos la nacionalidad británica, que les permitiría, sin duda, aunque con ciertas restricciones, ir a trabajar como peones a Gran Bretaña. ¿Puede ser eso una compensación por la pérdida de su patria?
Como todos los refugiados del mundo, los exiliados no han perdido la esperanza de regresar algún día a sus islas natales. Y siguen soñando con ese día en el que, a pesar de la inconsciente insolencia de las potencias militares, el mundo recuperará su razón y sabrá hacer justicia a los chagosianos.
J.M.G. Le Clezio es escritor, de doble nacionalidad, francesa y mauricia, y autor, entre otras obras, de Le Procès-verbal.